Allá por 1930, en un pueblecillo del interior de Cantabria, un fotógrafo con ganas de hacer algo diferente, decidió contactar con una joven para retratarla en la calle, a plena luz del día y delante de todo el que pasase.
Alfonso, que así se llamaba el fotógrafo, quedó con Jéssica, en la vieja estación de tren donde firmaron un pequeño contrato, en el que el joven se comprometía a regalarla todas las fotografías que ese día se realizasen. La chica, a su vez, prometió olvidar el recato es esa misma estación y dejarse llevar para ser fotografiada.
La tarde fue pasando y entre fotografía y fotografía. Las miradas se hacían más intensas y las conversaciones más profundas.
Alfonso no podía dejar de disparar. Se sentía embrujado por los ojos de Jéssica que se había dejado arrastrar por las palabras del fotógrafo y se había olvidado del mundo.
Sólo existían Fernando, ella y una vieja cámara de fotos.
Y cada vez estaban más cerca, y cada vez se tocaban más y así surgió el amor.
Y los minutos se hicieron segundos, las horas minutos y lo que empezó con un papel firmado , acabo de la única forma posible.
Y así comenzó la historia de amor entre Alfonso y Jéssica, un fotógrafo con ganas de hacer algo diferente y una chica que solo quería unas fotografías.